Un jovenzuelo travieso en afanes de
prodigarse de algo de dinero sin la necesidad de la enojosa tarea que resulta
para muchos el trabajar, “tomó prestado” el descuidado becerro de un vecino, más
descuidado aún.
El descuidado vecino, al enterarse de tal
pérdida por la desdentada boca de una anciana “propagadora de informaciones”,
acusó al aprendiz de delincuente ante el juez del pequeño poblado, quien,
haciendo gala de su investidura y eficacia, encerró enseguida al imberbe amigo
de las cosas del otro, condenándolo a la módica pena de recibir en la céntrica plena
plaza de armas, y en su impúber cuerpo desnudo, un azote por cada kilo del
animal casi, casi robado. Y vaya que el animalillo estaba ya bastante desarrollado.
El llanto y los ruegos del humilde padre por
liberar de la pena a su sentenciado hijo conmovieron al juez, quien, haciendo
nuevamente gala de su investidura y eficacia, reprendió verbalmente al menor, y
encargó a su secretaria la redacción y publicación del indulto.
La secretaria, linda, presurosa y usuaria
poco agradecida de esta, nuestra elogiable e histórica lengua castellana,
procedió a redactar: “Perdón imposible,
cumplir sentencia” en vez de: “Perdón,
imposible cumplir sentencia”, condenando sin proponérselo al ya liberado
zamarro, a quien, por supuesto, tras sufrir el castigo, le causó poca gracia el
yerro lingüístico.
Es así que, por un aparente poco importante
signo gráfico, el sentido de algún texto cambia absolutamente.
¿Qué es el texto?
El texto es cualquier construcción de
palabras (habladas o escritas) que tenga un fin comunicativo, es decir, que
intente transmitir alguna idea, la que sea. Un texto puede constituirse de una
sola palabra, de cientos o de miles; eso sí, hay que tener en cuenta que
el texto debe ser redactado con claridad para que quien lo lea no tenga
inconvenientes en entenderlo (incluso si el destinatario del texto es uno mismo),
y dejar de lado la excusa de siempre: “Yo me entiendo, no hay problema”, pues la memoria es bastante frágil en ocasiones, y que lo
que uno entendió en un contexto lo olvida en otro.
Signos de puntuación: herramientas gráficas de la voz
Los signos ortográficos no han sido creados
para hacernos la vida más complicada aún; al contrario, nos facilitan la
transmisión eficaz de lo que queramos decir, pues nos ayudan a organizar gráficamente nuestras ideas. Tengamos la certeza de que su uso no es
complicado como algunos lo quieren hacer ver.
Cuando hablamos, pocas veces tenemos
inconvenientes para entendernos, pues nos apoyamos en muchas herramientas:
gestos, entonación, silencios, mímicas, ademanes, etc.; además, si no entendemos algo,
preguntamos: “¿Cómo?, ¿qué quieres decir?, etc.”
Cuando leemos, las herramientas descritas en el párrafo anterior se traducen gráficamente en los SIGNOS DE PUNTUACIÓN; ya que, generalmente quien escribió el texto se
encuentra lejos de nosotros -espacial o temporalmente- para que nos aclare alguna duda.
Entonces, para evitar malentendidos, pensemos
en quienes nos lean, pensemos en construir el texto escrito de tal forma que
transmitamos fielmente lo que nos hayamos propuesto a transmitir. Hay que tener en claro algo: una cosa es
escribir textos sugerentes, exquisitos, figurados, subjetivos, misteriosos; otra
cosa es escribir textos oscuros que nadie más entienda: NO CONFUNDIR.
¿Sabes leer y escribir?
Aprendamos a escribir y a leer. Escribir es más que tejer letra y letra;
escribir sugiere que lo escrito tenga COHERENCIA; leer es más que reconocer una
u otra letra, es más que decodificar una u otra palabra, leer es ENTENDER el
sentido que encierra el texto, desentrañar el texto mismo.
Todo el día lidiamos con textos: en una
propaganda periodística, televisiva, paneles publicitarios, los carteles de los
micros, los poco melodiosos gritos de los cobradores de micros, etc. Si
convivimos el día a día con el ir y venir textual, ¿no resulta coherente que
tratemos de llevarnos bien con ellos? Entonces, aprendamos a leer y a escribir: aprendamos a ENTENDER y a DECIR.