Luego de tiempo sin hacer de la pluma “la pregonera de las emociones y, ocasionalmente, de fabuladoras (seudo)metahistorias lanzadas por mentes de terrenales dioses”, me dejo esta vez a ella, limamos nuestras asperezas (por mutuo consenso), y me lleva hacia un indefinido destino.
Haciendo gala de su anfitrionaje, me conduce por prodigiosos parajes que se envanecen por servir de escenografía a su paso, y yo, dejado a ella, sigo presuroso el virtual recorrido que acrecienta su galanura con cada tramo de frase.
Ha decidido tomar las riendas esta vez, dejo que guíe a su guía: mis dedos…, los que la sostienen mientras se desliza suavemente, en vaivén. Transcurre formando recurrentes figurillas encadenadas por grupos, rápidamente descifro sus huellas y me entero de su voz. Es su forma de decir.
Por fin, tras mucho andar, recurre a mí, algo desfallecida, con poco aliento sobre sí; entonces, amante de su libertad, embadurno sus deslizadores con el elíxir que la reanima: nuevamente empieza a dejar primorosas huellas que sigo y descifro con avidez. Y allá va, describiendo cursos, entregada a sí.

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